Abajo, en la ciudad, están las casas bonitas y las casas corrientes, las parejas montándoselo en patios oscuros, los niños llamando a gritos a sus madres, y me pregunto si, además de a Jesucristo, esto ha sucedido alguna otra vez. A lo mejor sucede todo el tiempo. A lo mejor todo está lleno de muertos furiosos, escondidos en las habitaciones, cubiertos con mantas, mandoneando a sus asustados e incómodos familiares. Porque ¿Cómo sería posible saberlo?