Su rostro de sapo parecía aún más amarillento que el día anterior. Era decididamente fea, y, sin embargo, como el sapo, tenía ojos como joyas, negros e imperiosos, reveladores de una latente energía y de una extraordinaria fuerza intelectual.
Si eres feliz, escóndete. No se puede andar cargado de joyas por un barrio de mendigos. No se puede pasear una felicidad como la tuya por un mundo de desgraciados.
Recordó haber leído en un libro que los hombres orientales, para honrar la fidelidad de sus amantes, no acostumbraban regalarles joyas: sino pájaros refinados y bellísimos.
Las muchachas grandes necesitan diamantes grandes.
Lo vi abriendo un cofre de rubíes para aliviar en las profundidades de su fulgor carmesí el dolor de su corazón roto...
¿No comprendes que estoy enamorada, que daría la vida por ser amada? Ves mis vestidos, mis pieles, mis joyas, y querrías arrebatármelos para llevárselos a Laurette... ¡Pues renunciaría a ellos con gusto! Si supieras cuán desgraciada soy a pesar de todo eso... Si supieras cómo he sufrido hoy... Mi amante...- ¡Cállate! ¡Hay palabras que no tienes derecho a pronunciar! En tu boca son antinaturales... Una monstruosidad. Tienes sesenta años, eres un vejestorio... El amor, los amantes, la felicidad, no son para ti. Los viejos deben conformarse con lo que no podemos quitarles.
(...) Cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón.
Un adorno usado por una dama: una joya con forma de corazón, por ejemplo. Tras muchos años se rompe o se quiebra y suelta un olor nauseabundo.
Cada amanecer es una joya preciosa... puesto que es posible que nunca se vea seguido por el ocaso. El mundo puede terminar en cualquier momento.